Transitamos una era en la que la tecnología nos permite comunicarnos en tiempo real y, al mismo tiempo, somos capaces de usar tales herramientas para, juntos, mantener el ritmo y la armonía de nuestras relaciones entre nosotros mismos y con la tierra que habitamos.
Deseos y sueños están en sintonía con los ritmos de la naturaleza terrestre que nos alberga. Podemos ponernos de acuerdo, elegir y usar con sofisticación la fuerza de voluntad.
Nuestra supervivencia sublime en la tierra requiere de nuestro aprendizaje, conocernos a nosotros mismos, conocer nuestra naturaleza humana y conocer nuestras conexiones, que nos hacen una común unidad.
También requiere de voluntarios, cuya fuerza de voluntad se conecta con las necesidades de los ciclos de la Tierra. Cuando se requieren pensadores, viajeros, sanadores, ingenieros, magos, agricultores, cocineros, danzantes, celebrantes... cada ciclo, cada momento es aprendido, reconocido y bienvenido; cada necesidad (de la tierra, para garantizar nuestra supervivencia en equilibrio) se conecta con cada voluntad humana; cada deseo humano es sabiamente domesticado para ser un aliado. Y nos ayudamos de esa tecnología, como extensiones de nuestro cuerpo, para ponernos de acuerdo, para comunicarnos, para entrar y salir, para compartir el conocimiento, para aprender mejor.
La satisfacción es intrínseca a logro, la complejidad es estimulante de la acción, la acción es la expresión de la felicidad.
Y entonces, el entrenamiento colectivo nos lleva a la telepatía. Ya no precisamos más las extensiones externas para comunicarnos, ni para ponernos de acuerdo. Ya no precisamos del miedo como estímulo para transformar(nos), para la transformación. Somos capaces de ver a los ojos nuestra luz y nuestra sombra. La luz no nos deslumbra, la sombra no nos intimida. Y así, somo capaces de igual compasión para con los otros seres sintientes. Nos vemos colectivamente, nos sentimos colectivamente, nos conocemos y aprendemos colectivamente.
Caminamos hacia lo inimaginado, nos sumergimos en la felicidad y nos damos cuenta de esas dimensiones que aún no tienen nombre en la realidad de atrás.
Felicidad, miedo, plenitud, amor... todo se transforma.
Comprensión, sentido, propósito... todo se transforma.
Lo que sigue, aún se refugia en el lenguaje de los sueños. Las pistas siguen holográficamente visibles en las expresiones de vida de la Tierra. Las rutas siguen llegando viajeras de los confines del universo, penetrando la atmósfera del ser que acoge nuestros cuerpos físicos y penetrando la atmósfera de los cuerpos sutiles.
¡Búscate un principito y pregúntale!
Deseos y sueños están en sintonía con los ritmos de la naturaleza terrestre que nos alberga. Podemos ponernos de acuerdo, elegir y usar con sofisticación la fuerza de voluntad.
Nuestra supervivencia sublime en la tierra requiere de nuestro aprendizaje, conocernos a nosotros mismos, conocer nuestra naturaleza humana y conocer nuestras conexiones, que nos hacen una común unidad.
También requiere de voluntarios, cuya fuerza de voluntad se conecta con las necesidades de los ciclos de la Tierra. Cuando se requieren pensadores, viajeros, sanadores, ingenieros, magos, agricultores, cocineros, danzantes, celebrantes... cada ciclo, cada momento es aprendido, reconocido y bienvenido; cada necesidad (de la tierra, para garantizar nuestra supervivencia en equilibrio) se conecta con cada voluntad humana; cada deseo humano es sabiamente domesticado para ser un aliado. Y nos ayudamos de esa tecnología, como extensiones de nuestro cuerpo, para ponernos de acuerdo, para comunicarnos, para entrar y salir, para compartir el conocimiento, para aprender mejor.
La satisfacción es intrínseca a logro, la complejidad es estimulante de la acción, la acción es la expresión de la felicidad.
¿Qué haces? - le preguntó.
Estoy siendo feliz - respondió.
Y entonces, el entrenamiento colectivo nos lleva a la telepatía. Ya no precisamos más las extensiones externas para comunicarnos, ni para ponernos de acuerdo. Ya no precisamos del miedo como estímulo para transformar(nos), para la transformación. Somos capaces de ver a los ojos nuestra luz y nuestra sombra. La luz no nos deslumbra, la sombra no nos intimida. Y así, somo capaces de igual compasión para con los otros seres sintientes. Nos vemos colectivamente, nos sentimos colectivamente, nos conocemos y aprendemos colectivamente.
Caminamos hacia lo inimaginado, nos sumergimos en la felicidad y nos damos cuenta de esas dimensiones que aún no tienen nombre en la realidad de atrás.
Felicidad, miedo, plenitud, amor... todo se transforma.
Comprensión, sentido, propósito... todo se transforma.
Lo que sigue, aún se refugia en el lenguaje de los sueños. Las pistas siguen holográficamente visibles en las expresiones de vida de la Tierra. Las rutas siguen llegando viajeras de los confines del universo, penetrando la atmósfera del ser que acoge nuestros cuerpos físicos y penetrando la atmósfera de los cuerpos sutiles.
'Lo esencial es invisible a los ojos' - dijo el zorro.
'Los esencial es invisible a los ojos' - repitió el principito.
¡Búscate un principito y pregúntale!
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